¿Qué podemos hacer ahora acerca de la reforma migratoria?
Por Mons. José H. Gomez
La noticia de que la Cámara de Representantes ha decidido no seguir avanzando por ahora con la legislación por una reforma migratoria me ha decepcionado.
¿Vamos a dejar que pase otro año sin hacer nada para solucionar esta profunda y antigua injusticia en nuestra sociedad?
Tras más de un año de intenso debate nacional, creo que ahora ya todo el mundo está de acuerdo en que nuestro sistema de inmigración es deficiente y necesita ser modernizado para reflejar las realidades de la nueva economía global. Creo que todos estamos de acuerdo en que durante muchos años nuestras leyes no han sido aplicadas consistentemente.
Todos parecen también estar de acuerdo en que necesitamos reformar las políticas para que esas nos permitan recibir a las personas que tengan el carácter y las habilidades que nuestro país necesita para crecer. Una política que proteja nuestras fronteras contra el cruce de inmigrantes ilegales y que nos permita llevar un registro de los que ya viven dentro de nuestras fronteras.
El punto en el que la gente todavía está —apasionadamente— en desacuerdo es el de qué hacer con los 11 millones de personas indocumentadas que viven en nuestro país.
De modo que parece que hemos llegado a un callejón político sin salida. Entonces la pregunta es: ¿qué hacer ahora?
En mi opinión, tendría sentido que nuestros líderes en el Congreso tomaran medidas provisionales para aliviar algo del sufrimiento, hasta que puedan encontrar la suficiente voluntad política para abordar esta cuestión. Yo tengo dos sugerencias:
En primer lugar, establezcamos una moratoria con relación a futuras deportaciones o redadas y detenciones por inmigración, excepto en los casos de criminales violentos.
Desde 2008, nuestro gobierno ha deportado a casi 2 millones de personas, y casi medio millón más están en centros de detención de inmigrantes.
Y como lo he estado repitiendo una y otra vez, no estamos hablando sólo de números; estamos hablando de personas reales. Una de cada cuatro personas que es detenida o deportada es arrancada de sus hogares, alejada de sus hijos, de sus esposas y esposos, de todos sus familiares.
Tenemos que seguir recordándoles a nuestros líderes —y a nuestros vecinos— estos “hechos humanos” básicos. La mayoría de los 11 millones de indocumentados en nuestro país han estado viviendo aquí por cinco años o más. Dos tercios de ellos han estado aquí por lo menos una década.
La gran mayoría no presenta ningún peligro criminal para nuestra comunidad. Todo lo contrario. Ellos van a la iglesia y trabajan con nosotros, pagan sus impuestos, y así hacen más fuertes a nuestro país y a nuestras comunidades.
Sigo pensando en los niños que vinieron a la Catedral el mes pasado con las cartas que le habían escrito a nuestro Santo Padre, el Papa Francisco. Le envié esas cartas al Papa e incluso fueron mencionadas en el periódico del Vaticano, L’Osservatore Romano.
Una niñita llamada Jersey escribió su carta en papel de cuaderno, con lápiz e incluyó un dibujo de un pájaro volando libremente en el cielo. Su padre había estado en un centro de detención de inmigrantes durante dos años y ahora estaba siendo deportado:
“Querido Papa Francisco, hoy es mi cumpleaños. Mi deseo de cumpleaños es que yo quisiera que mi padre esté en mi cumpleaños. … Ha sido un largo tiempo desde que él ha estado conmigo, en estos dos cumpleaños, el año pasado y hoy. … Como mi papá no está aquí mi mamá y hermana tratan de encontrar un trabajo. … Como usted está más cerca de Dios, le suplico que ayude a mi familia. … Sinceramente, Jersey”.
Tenemos que ayudar a nuestros líderes a entender la situación. Aunque no puedan llegar a una reforma integral, tenemos que acabar con el sufrimiento de los pequeños. No se sirve al bien común con la deportación del padre de esta niñita — o de ningún padre. Una sociedad justa y compasiva no debe permitir esto.
En segundo lugar, es hora de ayudar a los “soñadores”.
Estos son millones de jóvenes que fueron traídos a este país de manera ilegal o que viven en casas de padres indocumentados. Seguir negando a estos niños un estatus jurídico es algo cruel y no ayuda en nada.
Ellos han estado aquí toda su vida. Por eso es hora de acogerlos como ciudadanos y de darles las oportunidades que necesitan para que ayuden a que nuestro país crezca. Una sociedad justa y compasiva no puede castigar a niños inocentes por los crímenes de sus padres.
Ninguna de estas dos propuestas sirve como remplazo de una verdadera reforma migratoria, pero podrían hacer una gran diferencia en la vida de millones de nuestros hermanos.
Cualquier reforma verdadera debe ofrecer un camino generoso hacia la ciudadanía para los 11 millones de nuestros hermanos y hermanas indocumentados. Una sociedad justa y compasiva no puede permitir que una subclase de personas siga creciendo en los márgenes de nuestra sociedad, viviendo en constante temor de ser detenidos y sin derechos ni razones para tener esperanza.
Entonces sigamos orando por nuestro país y por nuestros líderes.
Y pidámosle a María, nuestra Madre Santísima, que nos dé el valor de siempre hacer lo que es correcto y justo.